jueves, 13 de diciembre de 2012

Último día en Shanghai, últimas horas en China

"Durante la segunda visita a Shanghai quedé sorprendido por la multitud y el tráfico, personas y coches que competían por el derecho de paso; por sus contrastes entre el horror y la belleza, y por su energía neurótica, una suerte de frenesí peculiar de Shanghai." En el gallo de hierro. Viajes en tren por China. Paul Theroux.


Nos levantamos en el que va a ser nuestro último día de estancia en China. Afortunadamente, el avión sale tarde con lo que todavía podremos aprovechar el tiempo.

Después de dejar en la consigna del hotel nuestras maletas, desayunamos en un Costa Coffe, lo que nos sirve para constatar que se continua desayunando mejor en el Starbucks -qué curioso, en nuestra ciudad de origen ni lo pisamos y, aquí, ya llevamos unos cuantos-, y nos encaminamos a tratar de pasar relajadamente el día.

Y para disfrutar de un día relajado, qué mejor que dedicarlo a los templos.

Empezamos por el templo del Buda de Jade (parada Changping Road de la línea 7). La palabra es “efervescente”: mucha gente, mucho ruido, mucha vida.

El interior del templo es un pequeño laberinto de pasillos y estancias, pero sumamente bello. Como también lo es la estatua del Buda de Jade (no se permite hacerle fotos) que da nombre al templo.

Como curiosidad, reseñar la historia que explica la Guía de Shanghai editada por el Instituto Cervantes:

“Una historia apócrifa dice que el templo se salvó de ser incendiado durante la Revolución Cultural porque los monjes pegaron en los muros exteriores retratos de Mao. Los Guardias Rojos supuestamente no se habrían atrevido a dañar los carteles con la imagen de su caudillo.”

En una entrada independiente, el templo dispone de un restaurante vegetariano que también ofrece alimentos para llevar.

En los alrededores del templo vemos a muchísima gente practicando la mendicidad, tanta acumulación nos sorprende. En ningún lugar como en China hemos visto tan patente la desigualdad. La miseria absoluta de las aldeas campesinas del interior del país, con gente viviendo en cuevas, y la proliferación de coches y tiendas de lujo en Beijing y Shanghai.

A Deng Xiaoping se le atribuye la frase "enriquecerse es glorioso", supuestamente pronunciada en 1978. Sea cierta o no, la realidad es que la ostentación del lujo es bien visible en las calles de las grandes ciudades chinas.

China ya ha desplazado a EEUU como el segundo mercado mundial de bienes de lujo, y es de esperar que no tarde en superar al primero, Japón. A finales del año pasado en China había más de 960.000 millonarios en dólares, la mayoría de ellos jóvenes ejecutivos, y los 400 chinos más ricos poseen el 7% del producto interior bruto nacional.

El contraste entre la miseria y la opulencia puede resultar chocante a nuestros ojos, pero no lo es en un país donde la ostentación no sólo no está mal vista, sino que representa un modelo a imitar.

Olvidando la digresión, y regresando a nuestro viaje, tras la visita al Templo del Buda de Jade, y después de una ligera comida, nos encaminamos al Templo de Jing’an, en la estación de metro de Jing’an Temple, también de la línea 7.

Lo primero que llama la atención es la grandeza y altura del templo. A pesar de estar completamente incrustado en un conjunto de rascacielos y centros comerciales, el interior del templo no desmerece su nombre: Templo de la Tranquilidad y la Paz. Recorrerlo es una experiencia agradable. En la entrada, una estructura de varios metros de alto sirve para que los visitantes prueben su puntería intentando encestar monedas en su interior, buscando la buena fortuna que se presume consigue quien acierta.

El templo, que durante la Revolución Cultural se usó como fábrica de plásticos, alberga una estatua de Buda sentado de 3,8 metros de alto, que se supone es la mayor de sus características en todo el país.

Tras la visita nos dirigimos a la calle de Fumin Lu, a la que se accede después de cruzar el paso elevado de Yan’an. Queríamos conocer Madame Mao’s Dowry, una curiosa tienda que se encuentra en el 207 de Fumin Lu. Ropa, accesorios y carteles de la época de la revolución cultural. El barrio, en su conjunto, aloja diferentes cafeterías y galerías de arte. Merece un paseo.

Tomamos el metro en Changshu Road y nos encaminamos a despedirnos de Nanjing Road, la calle peatonal que había sido el epicentro de nuestra estancia en Shanghai. Disfrutamos de un nuevo baile masivo en la calle, del concierto que, desde un balcón, ofrecía un esforzado saxofonista y, después de esquivar algún que otro intermediario que se nos acercaba con el permanente sonsonete que acompaña el recorrido de Nanjing Road: “watches, watches”, nos dirigimos a la consigna del hotel para recoger las maletas y encaminarnos al aeropuerto.

Para ir al aeropuerto no podíamos perder la oportunidad de disfrutar del Maglev, el único tren de levitación magnética en funcionamiento del mundo. Para ir, tomamos el metro hasta la parada de Longyand Road (línea 2), donde tiene situada su estación el Maglev. En menos de 10 minutos recorrimos los 30 kilómetros que separan la ciudad del aeropuerto, a una velocidad ciertamente impresionante (más de 300 Km/hora)

Ya en el aeropuerto, lo único que nos quedaba por hacer era despedirnos de China, emprendiendo el camino de regreso.

Templo del Buda de Jade
Templo de Jing’an


Templo del Buda de Jade
Shanghai


Concierto de saxo desde el balcón
Nanjing Road

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