sábado, 16 de agosto de 2014

Adiós al paraíso perdido

"Durante los años en Yunnan, cuando eran jóvenes instruidos, Yu a menudo la llevaba a presenciar las celebraciones en torno a los pabellones de bambú. Aquellas chicas bailaban con gracia, con sus brazaletes de plata brillando a la luz de la luna, y cantaban como alondras, con sus largas faldas floreciendo como sueños." Muerte De Una Heroína Roja. Qiu Xiaolong.

Nos levantamos después de una noche reparadora. Salimos de la habitación y nos acomodamos en una de las dos mesas del comedor. Desde allí divisamos la cocina donde Anso trajina arriba y abajo preparando el desayuno. En pocos minutos tenemos sobre la mesa dos huevos fritos, salchichas, bacón y dos tostadas de pan enormes con mantequilla y mermelada. Y un café más que decente. Después de tanto desayuno chino, nos sabe a gloria. 

Cuando nos acabamos el glorioso desayuno, preguntamos a Rose si nos podrá pedir un coche hacia el mediodía para ir a la estación de autobuses para regresar a Lijiang. Nos responde que no nos preocupemos, que nos llevará Anso.

Tenemos tiempo de despedirnos tranquilamente de Shangri-la. Es una mañana fresca y el anorak no estorba, con todo hemos tenido suerte con el tiempo, no resulta extraño que nieve en agosto en Shangri-la.
postit
Nos dirigimos a la plaza central por lo que continua siendo un paisaje de desolación. Sorprende ver a mujeres mayores, parejas jóvenes y no tan jóvenes, paseando tranquilamente por los escombros como si pasearan por el lugar más bonito del mundo. La plaza nos ofrece una experiencia muy distinta a la de la tarde-noche anterior, descubrimos un numeroso grupo de hombres y mujeres, con sus llamativos vestidos blancos, amarillos y azules, haciendo taichí. Nos paramos a observarlos bastante rato. 

Pero no es lo único que sucede en la plaza. En un extremo encontramos un yak enorme esperando pacientemente, junto a su dueño, a que lleguen los primeros autocares de turismo chino y que alguien se quiera hacer una foto -y la abone, por supuesto- encima de él. Un poco más allá dos enormes mastines, con el collar rojo típico en el cuello, también esperan que alguien se quiera fotografiar con ellos. La plaza bulle de actividad, es el verdadero centro de la vida del pueblo.

Paseamos por la zona que respetó el fuego, casas de madera, calles empedradas, y tras comprar algún recuerdo, decidimos regresar ya a Lijiang. El paisaje del desastre nos lleva a la melancolía.

postit
Anso nos lleva a la estación y tras despedirnos subimos al autobús que ya está esperando. Es mucho más antiguo que el que utilizamos para venir y no tiene cinturones de seguridad. Para acabar de ponernos nerviosos, empieza a llover y no podemos dejar de imaginar cómo será el regreso por esa carretera tan impresionante con un autobús que tiene pinta de cafetera vieja y lloviendo.

En el asiento delantero se acomoda un monje budista. Buena señal, esperemos que sus rezos nos protejan. El autobús arranca y cada vez llueve más. La bajada para ir a encontrar el Yantgsé la hacemos bajo un considerable aguacero y en el más absoluto silencio. Dentro del autobús no se oye respirar a una mosca. Afortunadamente llegamos a la parte baja sin incidencias, todavía queda camino, pero lo peor ya ha pasado, el ambiente se distiende y sobre las cuatro de la tarde llegamos a Lijiang, con lluvia y todo hemos tardado menos que a la ida.

La estación de autobuses es distinta de la que utilizamos a la ida. No tenemos ni la más remota idea de dónde estamos. Tras alguna dificultad que otra conseguimos subir a un taxi que acepta llevarnos a la entrada de la ciudad vieja más próxima a la plaza Sifang Jie, desde allá es fácil acercarnos al hotel.

postit
Después de descansar un poco decidimos acercarnos a fotografiar la gigantesca estatua de Mao que separa la ciudad vieja de la nueva. Hace buen tiempo, pero la chica del hotel nos recomienda que llevemos un paraguas, y no se equivoca. Cuando llegamos el cielo está completamente nublado, a punto de estallar, y la luz para las fotos, pésima. Volvemos a la ciudad vieja y decidimos perdernos por el laberinto de callejones de Lijiang, descubriendo algunos en los que aún es posible pasear sin que una marea de gente te avasalle. Cuando el hambre aprieta nos encaminamos a nuestro tibetano favorito. Como siempre, cenamos muy bien y con un poco de tristeza, conscientes de que mañana ya no volveremos. De regreso al hotel acordamos la hora en que el taxi nos llevará al aeropuerto para encarar el que será último tramo del viaje.

0 comentarios :

Publicar un comentario