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China
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Yulong, conocido como el paraíso de los suicidas, inspira a nuestro conductor
"Lijiang está en el noroeste de la provincia suroccidental china de Yunnan. Es aquí donde vive la sencilla y honesta etnia naxi, se encuentran esa ciudad antigua y sus viviendas populares perfectamente conservadas, se halla la montaña nevada Yulong eternamente vestida de blanco y se palpita la cultura de los naxi." Viviendas populares de China. Deqi Shan. |
En Lijiang, Yulong, la Montaña Nevada del Dragón de Jade es una presencia omnipresente. Distante tan solo quince kilómetros de la ciudad, el gigante helado parece observar serenamente la vida de los naxi y el transcurrir del tiempo.
En absoluto resulta una presencia amenazante, más bien reconforta, por eso no resulta nada extraño que los naxi la consideren una deidad protectora.

La montaña tiene trece picos, siendo el más alto el Shanzidou de 5.596 metros, se trata de un pico extremadamente difícil, tanto que solamente una expedición americana, en 1987, lo ha llegado a coronar. A sus pies se extiende el glaciar Baishui No. 1, que es el que nos disponemos a visitar hoy, para ello deberemos subir hasta los 4.680 metros, la máxima altura a la que habremos llegado nunca.
Después de un contundente almuerzo chino compuesto de un enorme tazón de caldo con toda clase de verduras y carne, dos huevos duros, té y bollos, creemos estar dispuestos a enfrentarnos a cualquier cosa. La inagotable fuente de sorpresas que es este país y sus habitantes, nos desmentirá más adelante, pero no adelantemos acontecimientos.
Subimos a una furgoneta y emprendemos el camino en compañía de una joven pareja y de dos amigas, todos chinos por supuesto, con quien compartiremos el viaje. Las chicas que viajan juntas chapurrean algo de inglés, lo que se convertirá en algo muy útil más adelante.
El suicidio por amor fue, hasta 1949, una práctica muy extendida entre los naxi y Yulong el escenario habitual del rito. En la tradición naxi, los padres eran quienes acordaban los matrimonios, pero a los jóvenes, tanto de un sexo como de otro, les era permitido mantener relaciones abiertas antes de la boda. Ocurría que muchos se enamoraban de alguien distinto a la persona elegida. En ese caso, y para no desobedecer a sus padres, los jóvenes optaban por el suicidio ritual. Se vestían con sus mejores galas y subían a la montaña donde pasaban sus últimos momentos, bebiendo, bailando y haciendo el amor, justo antes de lanzarse juntos al vacío, ahorcarse o envenenarse, para, en su creencia, pasar a tener una existencia placentera en el paraíso que situaban en las cumbres de Yulong. Finalmente, y dado que para los naxi el mundo se compone de parejas, los amantes eran enterrados juntos.
No sabemos si imbuido de ese espíritu suicida, nuestro conductor decide saltarse un gran control policial situado poco antes de la entrada al parque natural. Se desata un caos de silbidos, gritos y ruido, y justo cuando los policías ya han desenfundado sus armas y empiezan a apuntarnos, decide frenar en seco.
Con el corazón latiéndonos a mil y el temblor en las piernas, vemos como un numeroso grupo de policías se acerca con precaución, cara de pocos amigos y por supuesto encañonando a la furgoneta. Al aproximarse y ver a dos occidentales en el interior, la situación se destensa un tanto y casi se hace la tranquilidad.
Sacan al conductor de la furgoneta y se lo llevan a un margen de la carretera, a los demás nos piden la documentación, todo con una corrección exquisita. ¿Por qué se habrá saltado el control? Vete tú a saber, no tendrá o tendrá caducado el permiso de conducir, o no tendrá documentación la furgoneta, sea cual sea la razón llevamos una hora parados y sin salir del vehículo. Nuestros compañeros de viaje parecen haberse tranquilizado y nos dedican alguna que otra sonrisa, cuando un policía sube al interior de la furgoneta, nos saluda y la conduce hasta la entrada del Parque nacional, cubriendo los cinco kilómetros que todavía distaban.
En el párquing, con una sonrisa, el policía se despide de nosotros y nos remite a una mujer que nos estaba esperando. Por lo visto, el conductor suicida la había avisado por teléfono para que se encargara de nosotros.
Nos equipa con unos impresionantes plumones rojos que cubren desde la cabeza a los pies y nos das los botellines de oxigeno, hay excitación en el ambiente y tras enseñarnos como se usa el oxigeno subimos a un autocar que nos conduce hasta el telesilla que nos sube a la pradera del Mar Seco ya a 3.356 metros de altitud. El frío aprieta y la niebla se espesa encima nuestro. Está claro que hoy no podremos disfrutar de las vistas, pero no por eso vamos a renunciar.
Un telesilla nos conduce a la pradera del Abeto de las nubes a 4.506 metros de altitud, ahora toca subir a pie los 174 metros que nos separan del observatorio del glaciar Baishui No. 1, el último punto al que se puede acceder caminando por la montaña. Caminar a esta altitud, para nosotros que no estamos acostumbrados, es toda una experiencia, los movimientos se ralentizan y el tiempo parece alargarse. Vamos ascendiendo por escaleras que se combinan con pasarelas de madera, no se hace necesario el oxigeno, pero vemos como muchos caminantes le van dando de forma compulsiva, y decidimos que, ya que lo tenemos, lo aprovecharemos, pero la verdad es que no notamos nada especial. Lentamente llegamos a nuestro destino, los 4.680 metros marcados en un monolito en el que nos hacemos las correspondientes fotografías. Toca ya iniciar el descenso.
Desandamos el camino y una vez abajo de nuevo tenemos la sorpresa de reencontrarnos con nuestro conductor suicida que, como si no hubiera pasado nada, nos espera tranquilamente para llevarnos a comer.
Nos conduce al valle de la Luna Azul donde, en un extraño cobertizo de montaña, nos disponemos a comer. El lugar es muy curioso, en penumbra, un grupo de hombres fuma en silencio y juega a las cartas, nosotros ocupamos el otro extremo, en una mesa redonda, donde nuestro grupo compartimos una abundante comida. Acompañados por el té, se suceden los platos de verdura, carne, arroz… Tras saciar nuestro apetito salimos a disfrutar de la belleza del valle.
Lo que se aparece ante nuestros ojos es un paisaje mágico, cascadas de agua blanquecina que dan paso a lagos de un azul intenso, terrazas mágicas… Nunca hemos visto nada parecido, es un espectáculo único que por si solo justifica todo el viaje.
De regreso a Lijiang, tenemos ocasión de ver grupos de yaks que pastan tranquilamente en las praderas. Apenas se inquietan de nuestra presencia. Es un animal poderoso que reina en un paisaje extraordinario.
La vuelta se hace sin incidentes y ya en el hotel aprovechamos para descansar un poco antes de salir a cenar.
Por la noche Lijiang se transforma. En la frontera entre la ciudad vieja y la ciudad nueva abundan los bares musicales y karaokes dispuestos a las mil y una estratagemas para atrapar al turista chino, es otro mundo. Nosotros callejeamos sin destino pero llevamos la lista de restaurantes recomendados por la Lonely. Casi sin darnos cuenta nos tropezamos con uno, el Lamu’s House of Tibet y decidimos entrar. Está en un primer piso de un edificio de madera, la familia hace la vida en el mismo restaurante y tiene razón la guía cuando dice que “anteponen las sonrisas y el buen servicio a los yuanes”. Una familia encantadora sirviendo una comida fantástica.
La comida tibetana se basa en el yak y sus derivados como la mantequilla. Está francamente buena y además tienen la carta en inglés, no podemos pedir nada más, la estancia es muy cómoda y las vistas a la calle una manera discreta de pulsar la vida nocturna de Lijiang.
Después de una tranquila sobremesa, nos encaminamos tranquilamente al hotel, mañana nos espera el Yangtsé.
En absoluto resulta una presencia amenazante, más bien reconforta, por eso no resulta nada extraño que los naxi la consideren una deidad protectora.

La montaña tiene trece picos, siendo el más alto el Shanzidou de 5.596 metros, se trata de un pico extremadamente difícil, tanto que solamente una expedición americana, en 1987, lo ha llegado a coronar. A sus pies se extiende el glaciar Baishui No. 1, que es el que nos disponemos a visitar hoy, para ello deberemos subir hasta los 4.680 metros, la máxima altura a la que habremos llegado nunca.
Después de un contundente almuerzo chino compuesto de un enorme tazón de caldo con toda clase de verduras y carne, dos huevos duros, té y bollos, creemos estar dispuestos a enfrentarnos a cualquier cosa. La inagotable fuente de sorpresas que es este país y sus habitantes, nos desmentirá más adelante, pero no adelantemos acontecimientos.
Subimos a una furgoneta y emprendemos el camino en compañía de una joven pareja y de dos amigas, todos chinos por supuesto, con quien compartiremos el viaje. Las chicas que viajan juntas chapurrean algo de inglés, lo que se convertirá en algo muy útil más adelante.
El suicidio por amor fue, hasta 1949, una práctica muy extendida entre los naxi y Yulong el escenario habitual del rito. En la tradición naxi, los padres eran quienes acordaban los matrimonios, pero a los jóvenes, tanto de un sexo como de otro, les era permitido mantener relaciones abiertas antes de la boda. Ocurría que muchos se enamoraban de alguien distinto a la persona elegida. En ese caso, y para no desobedecer a sus padres, los jóvenes optaban por el suicidio ritual. Se vestían con sus mejores galas y subían a la montaña donde pasaban sus últimos momentos, bebiendo, bailando y haciendo el amor, justo antes de lanzarse juntos al vacío, ahorcarse o envenenarse, para, en su creencia, pasar a tener una existencia placentera en el paraíso que situaban en las cumbres de Yulong. Finalmente, y dado que para los naxi el mundo se compone de parejas, los amantes eran enterrados juntos.

Con el corazón latiéndonos a mil y el temblor en las piernas, vemos como un numeroso grupo de policías se acerca con precaución, cara de pocos amigos y por supuesto encañonando a la furgoneta. Al aproximarse y ver a dos occidentales en el interior, la situación se destensa un tanto y casi se hace la tranquilidad.
Sacan al conductor de la furgoneta y se lo llevan a un margen de la carretera, a los demás nos piden la documentación, todo con una corrección exquisita. ¿Por qué se habrá saltado el control? Vete tú a saber, no tendrá o tendrá caducado el permiso de conducir, o no tendrá documentación la furgoneta, sea cual sea la razón llevamos una hora parados y sin salir del vehículo. Nuestros compañeros de viaje parecen haberse tranquilizado y nos dedican alguna que otra sonrisa, cuando un policía sube al interior de la furgoneta, nos saluda y la conduce hasta la entrada del Parque nacional, cubriendo los cinco kilómetros que todavía distaban.
En el párquing, con una sonrisa, el policía se despide de nosotros y nos remite a una mujer que nos estaba esperando. Por lo visto, el conductor suicida la había avisado por teléfono para que se encargara de nosotros.
Nos equipa con unos impresionantes plumones rojos que cubren desde la cabeza a los pies y nos das los botellines de oxigeno, hay excitación en el ambiente y tras enseñarnos como se usa el oxigeno subimos a un autocar que nos conduce hasta el telesilla que nos sube a la pradera del Mar Seco ya a 3.356 metros de altitud. El frío aprieta y la niebla se espesa encima nuestro. Está claro que hoy no podremos disfrutar de las vistas, pero no por eso vamos a renunciar.

Desandamos el camino y una vez abajo de nuevo tenemos la sorpresa de reencontrarnos con nuestro conductor suicida que, como si no hubiera pasado nada, nos espera tranquilamente para llevarnos a comer.
Nos conduce al valle de la Luna Azul donde, en un extraño cobertizo de montaña, nos disponemos a comer. El lugar es muy curioso, en penumbra, un grupo de hombres fuma en silencio y juega a las cartas, nosotros ocupamos el otro extremo, en una mesa redonda, donde nuestro grupo compartimos una abundante comida. Acompañados por el té, se suceden los platos de verdura, carne, arroz… Tras saciar nuestro apetito salimos a disfrutar de la belleza del valle.
Lo que se aparece ante nuestros ojos es un paisaje mágico, cascadas de agua blanquecina que dan paso a lagos de un azul intenso, terrazas mágicas… Nunca hemos visto nada parecido, es un espectáculo único que por si solo justifica todo el viaje.
De regreso a Lijiang, tenemos ocasión de ver grupos de yaks que pastan tranquilamente en las praderas. Apenas se inquietan de nuestra presencia. Es un animal poderoso que reina en un paisaje extraordinario.
La vuelta se hace sin incidentes y ya en el hotel aprovechamos para descansar un poco antes de salir a cenar.

La comida tibetana se basa en el yak y sus derivados como la mantequilla. Está francamente buena y además tienen la carta en inglés, no podemos pedir nada más, la estancia es muy cómoda y las vistas a la calle una manera discreta de pulsar la vida nocturna de Lijiang.
Después de una tranquila sobremesa, nos encaminamos tranquilamente al hotel, mañana nos espera el Yangtsé.
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