domingo, 18 de noviembre de 2012

Hiroshima se prepara para el 65 aniversario de la bomba

"Algunas noches sueño que camino por Hiroshima arrastrando una pesada impedimenta. Cuando me detengo a descansar y echo un vistazo a su interior, compruebo que el bagaje es una enorme bomba en cuyos flancos está escrito un nombre: Little Boy." Los Sauces De Hiroshima. Emilio Calderón.


Tras una hora y media exacta de viaje, el Shinkasen Hikari nos deja puntualmente, a las 9 de la mañana, en la estación de Hiroshima.

Hiroshima, una palabra que evoca el horror absoluto. Pasear por la zona del Parque Memorial de la Paz y hacerlo a pocos días del aniversario de la bomba, es una experiencia sobrecogedora. Es nuestra segunda visita a Hiroshima, y los mismos sentimientos que experimentamos la primera vez, vuelven a agolparse en nuestro interior. Una difusa mezcolanza de asombro, culpa y vergüenza en tanto que miembros de una especie capaz de desencadenar un horror tan absoluto como el que representa el bombardeo atómico de la ciudad de Hiroshima el 6 de agosto de 1945.

Desde la estación de ferrocarril tomamos el tranvía número 6 (también sirve el 2) y unos 15 minutos después bajamos en la parada de Genbaku Domu mae (Cúpula de la bomba atómica), que está justo al inicio del parque y es nuestra primera visita.

Se trata de las ruinas del antiguo Salón de Promoción Industrial de la Prefectura de Hiroshima, un edificio diseñado por el arquitecto checo Jan Letzel, que fue inaugurado en 1915. El edificio, situado apenas a 150 metros del epicentro de la bomba, es una estructura construida en hormigón, un material no muy común en el Japón de la época. Probablemente fue por ello que resistió mejor los efectos devastadores de la bomba. Aunque se han tenido que hacer numerosos trabajos de refuerzo, permanece en pie tal y como quedó tras la explosión.

Muy cerca del Genbaku Domu mae se encuentra el monumento a los Niños de la Bomba Atómica, una estatua en bronce en recuerdo de Sadako Sasaki, la niña de las mil grullas de papel. Ese día el monumento rebosa de tiras de grullas de papel que los escolares, por cientos, se acercan a depositar. Resulta otra imagen entrañable y estremecedora.

Vamos recorriendo diferentes lugares del parque hasta llegar al Memorial de la Paz, frente al cual se están instalando miles de sillas para la próxima conmemoración, dentro de dos días.

Cerca del Museo, descubrimos algunos hibakusha rodeados de escolares. Descubrí la expresión hibakusha leyendo la novela de Emilio Calderón Los sauces de Hiroshima, una muy entretenida intriga policial que tiene como telón de fondo el profundo rechazo por parte de la sociedad japonesa que sufrieron los sobrevivientes del bombardeo en los años posteriores a la tragedia.

En palabras de Philippe Pons, en un artículo publicado en 1995 de manera conjunta en El País y Le Monde, que todavía es posible leer aquí:

“La nación japonesa está muy lejos de haberse identificado con las víctimas. Antes al contrario, han sido ignoradas y, con frecuencia, sometidas al ostracismo. Ha habido actos individuales de reconocimiento y ayudas de organizaciones de caridad, pero hubo que esperar al fin de la década de los cincuenta para que los sufrimientos de las víctimas del horror atómico comenzaran a ser tenidas en cuenta por el Estado.”

Pues bien, 65 años después todavía es posible encontrarte con alguno de aquellos supervivientes que, con extrema dignidad, a pocos días del aniversario, se pasean por el Parque para compartir, con grupos de escolares o con los viajeros dispuestos a escucharlos, sus experiencias y recuerdos. Auténtica historia viva que contrasta con el horror y la muerte que tan presentes están en el Museo.

El museo logra transmitir el intenso dramatismo de la explosión nuclear, con imágenes desgarradoras y numerosa información, pero también es un canto a la paz, a la esperanza, y un permanente llamamiento a poner fin a la locura nuclear.

Dejamos el Parque de la Paz y nos encaminamos a nuestra siguiente etapa, la isla de Miyajima. La vez anterior fuimos hasta Miyajimaguchi para allí tomar el ferry hasta la isla. Esta vez preferimos darnos el capricho y tomar el Matsudai Ferry que, desde el Parque Memorial de la Paz nos va a llevar directamente hasta la isla.

El viaje, de unos 50 minutos de duración, es un agradable paseo por la bahía de Hiroshima y una manera distinta de ver la ciudad.

El Tori gigante de Itsukushima, nos recibe en toda su majestuosidad al llegar en barco a la isla. Cuando se planea un viaje a Miyajima es muy importante tener en cuenta el horario de las mareas, pues la vista del Tori poco tiene que ver con la marea alta o con la marea baja. En esta página se puede consultar el horario de las mareas con la suficiente antelación.

Llegados a Miyajima nos dirigimos directamente a nuestro Ryokan. Se trata del Miyajima Sea Side Hotel, un espacioso y muy agradable Ryokan situado a pocos minutos –en coche, eso sí- de la terminal de ferrys.

Tras realizar los trámites de alojamiento nos dirigimos a cumplir uno de los temas pendientes de nuestro viaje anterior, subir al Monte Misen. Un coche del hotel nos acerca al Itsukushima, donde, en un restaurante cercano, comemos disfrutando de una de las especialidades de la zona, las ostras rebozadas.

Con energías renovadas, nos dirigimos al teleférico que nos ha de acercar a la cima. Desde la estación del teleférico hasta la cima del monte hay como unos veinte minutos de caminata, permanentemente cuesta arriba, eso sí, y además se cuenta con la inquietante presencia de familias de monos que, al igual que los ciervos de la isla, viven en absoluta libertad.

El camino es duro, pero vale la pena. Las vistas desde la cima son inigualables, la bahía y la ciudad de Hiroshima así como decenas de islas que pueblan el Parque Natural del mar interior de Seto.

De regreso al núcleo urbano de Miyajima disfrutamos de la permanente compañía de los ciervos, algunos de los cuales son auténticos carteristas provistos de una excepcional habilidad para despojar al desprevenido viajero de cualquier objeto de papel o alimento que no tenga a buen recaudo.

De regreso al ryokan, disfrutamos de una cena tradicional en la habitación, lo que ya estaba incluido en el precio, así que provistos de nuestro yukatas somos atendidos por una agradable y amable camarera, que pacientemente nos enseña los secretos del hornillo y de la cena.

Cansados, pero felices, nos retiramos pronto, pues el día de mañana amenaza con ser muy duro.

Parque Memorial de la Paz
Parque Memorial de la Paz
Parque Memorial de la Paz
Parque Memorial de la Paz
Parque Memorial de la Paz
Parque Natural del mar interior de Seto

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